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Especial de San Valentín: Retrato de amor

Un amor no se queda en frases y regalos y va más a las acciones diarias ahora que celebramos San Valentín: el de una madre a sus hijos.
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Gabriela tenía 16 años cuando llegó por la frontera sur, con una visa en su pasaporte, en lo que se suponía era un viaje temporal a los Estados Unidos. Veintisiete años después de aquel día y a manera de recuento en retrospectiva, mucho ha tenido que agradecer desde que pisó tierra americana, la misma que le dio alegrías infinitas, como sus tres maravillosos hijos, junto a momentos de desesperación, como el tener que cuidar de ellos sola, la mayor parte de sus vidas.

En medio de una adolescencia un tanto frustrada debido a su forzada estadía -fue como un secuestro, bromea- Gabriela se fue aclimatando a su realidad, la que le fue imponiendo la nueva vida en un país totalmente desconocido, del que fue adquiriendo sus costumbres y donde conoció al que creía era el amor de sus días y con quien tuvo sus tres retoños: Jair, Jared y Johan. Pero lo que jamás imaginó era que le tocaría desempeñar el rol de padre y madre, a la vez.

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“Estuve casada casi 16 años, hasta que decidí separarme. Entonces comenzó lo más difícil de mi vida”, comenta entre lágrimas la mujer en una plática con Mundo Hispánico, en su morada en la ciudad de Flowery Branch, en el condado de Hall, y se refiere al hecho de sentirse sola -y estarlo- en lo que respecta a educar y alimentar a sus hijos, en circunstancias muy complejas como ser una persona sin documentos legales y prácticamente sin familia a la cual recurrir, por ejemplo.

“Cuando pasó eso -el divorcio- los niños eran pequeños y solo tenía a mi madre, que no vivía conmigo pero era un apoyo; sin embargo, la perdí meses después“, recuerda y el llanto se hace mayor. “Pensé que todo estaba perdido, fue de esos tiempos cuando uno se cuestiona hasta la fe”, reconoce. Pero tuvo que seguir y lo hizo. Ya con sus papeles en regla, combinó trabajo y estudio, aunque ello significara salir de casa temprano y regresar tarde en la noche.

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“Muchas personas en la Iglesia Bautista donde me congregaba se turnaban para ayudarme. Unos iban a la escuela a buscarlos, otros venían a casa a darles de comer y ayudarles con sus tareas” rememora agradecida. “En ocasiones usaba las redes sociales, donde escribía que necesitaba a alguien para ayudarme con esto o aquello de los niños y enseguida me respondían. Siento que debía esforzarme por ellos, no quería que nada les faltara”, asegura.

Y al parecer de muy poco han carecido Jair, Jared y Johan, pues su madre ha logrado llenar los vacíos que deja una separación matrimonial cuando el padre no está a la altura de su papel, no sólo en el aspecto material sino en lo relacionado con el cariño y sobre todo la atención. Un mandato judicial de “child support” jamás sustituirá el efecto que tiene la preocupación sobre qué comen o cómo visten los niños, qué tal les va en su escuela… Ningún dinero significará más.

amor madre hijos
Gabriela ha sabido cuidar a sus hijos como madre soltera. Foto: Hanoi Martínez/MH

Y los chicos lo saben y no lo callan. Sus miradas delatan lo que sienten por esa persona a quien llaman mamá, a la cual reconocen el esfuerzo que ha hecho y continúa haciendo. A ella le deben todo, aseveran. Ha cultivado sus talentos naturales. A pesar de las circunstancias jamás hubo un “no se puede hijo“. Siempre lo intentó. Son tres niños con un alto coeficiente de inteligencia, una pasión por la música y un apego a los deportes. Y han tenido en su madre a su mejor aliada.

Jair tiene 21 años y es considerado un joven con mucho talento. Sus calificaciones le hicieron
merecedor de una beca en el Colegio privado LaGrange, donde estudia Psicología. Jared, con 17 años y cursando el 11no. grado, aún no se decide por una carrera, pero cuenta con todos los méritos para aspirar a cualquiera. Y el pequeño Johan, con apenas de 13 años y en el 8vo. grado, tiene la meta de convertirse en investigador criminalista y para ello acumula las mejores notas.

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Al hablar de su madre, los tres dijeron palabras que se hicieron comunes y otras que sirvieron de apoyo. Una suerte de oraciones que formaron la mejor de las prosas, la que premia a quien lo ha dado todo. Jair mencionó la fortaleza de su madre y cómo le “enseñó a amar”; Jared recuerda cuando los llevaba al trabajo pues nadie los podía cuidar y a “cada momento nos iba a ver”; Johan afirma que es el ser más cariñoso del mundo y “siempre está atenta de lo que necesitamos”.

Y Gabriela mira con asombro a sus hijos cuando hablan de ella. Una que otra lágrima salta en sus mejillas. “Nada de lo que una madre hace por sus hijos es esperando un gesto recíproco“, confiesa; no obstante sí les pide algo: “Cuando crezcan y vayan cada cual por su camino, se casen y tengan sus familias, no me olviden. Más allá de si me ayudan con el pago del alquiler o del carro, será su llamada diaria lo que esperaré”, les dice.

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Es otra clase de amor, una de la que muchos hablan y pocos practican; un amor que no se queda en frases y regalos y va más a las acciones diarias. Es el amor de madre, que en este San Valentín se pasa por alto comúnmente, para dejarse llevar por estereotipos sociales que limitan a las parejas la capacidad de amar y celebrarlo. Pero lo que existe entre Gabriela y sus hijos rompe estos esquemas y escoger un día para festejarlo, quizás, lo convertiría en fugaz, no perdurable.

Y no son los únicos. La historia de Gabriela, Jair, Jared y Johan se multiplica por mil en cualquier rincón de Georgia. Cada vez que una mujer da a luz y le corresponde ser el todo desde el primero de los días es el amor la fuerza invisible que le impulsa a no detenerse; a sacar todo dentro de sí para, a pesar de las dificultades, estar siempre presta para con sus hijos; a crear alrededor de ella un vínculo inquebrantable, que los une, como en un retrato de familia.

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