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Crónica: Necesitamos otro milagro

La crónica Necesitamos otro milagro es la imagen de una política de inmigración injusta y cambiante que falla una y otra vez. ¡Imperdible!
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Crónica: Necesitamos otro milagro

  • La historia que te voy a contar la llevo en el alma hace años.
  • Los milagros existen… pero necesitamos otro milagro, el de una política de inmigración justa.

Mira lo que les pasó a estos hermanos. A veces las cosas terminan bien… a veces no. En ocasiones, parece que algo tendrá un final feliz, pero el destino tiene deparada otras sorpresas.

En cuanto al tema de los inmigrantes, hay situaciones que me llenan de rabia y dolor, pues al final de cuentas todos somos hermanos, independientemente de nuestra nacionalidad o estatus legal. Te voy a contar una historia que aún llevo en el alma.

No puedo olvidar los ojos de Esperanza. Su alegría incontenible cuando papá llegaba a casa. Su respiración dificultosa, prueba viviente de un milagro.

Tampoco sale de mi mente la sonrisa con lágrimas de papá Augusto, el enorme alivio cuando me contaba que sí se le había dado el milagro y que todo iba a estar bien.

Y es que mi amigo Augusto había pasado por un infierno en vida. Separado de su familia en 2016 durante 8 meses en el Centro de Detención de Stewart, a la espera de ser deportado por una riña con un vecino odioso.

El muchacho tenía a su esposa sola, sin trabajo, dos hijos pequeños indefensos que el Estado quería quitarle por carecer de recursos y una bebé que se moría sin remedio desde el día que vio la luz.

Augusto Flores

Augusto lloraba en silencio encerrado. Se comía la angustia que le adelgazaba cada vez más. No sabía si maldecir su decisión de abandonar Guatemala escapando de la violencia. Todo había sido nefasto.

Ni un descanso para él y su familia. Todo estaba mal.

¿Acaso merecía el infierno en vida por ser inmigrante? ¿Hasta dónde la vida y la justicia podían ser tan crueles?

Y un día… sin saber por qué, Dios estuvo de su lado.

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Crónica necesitamos otro milagro

Cuando ya iba camino de ser deportado, los oficiales le mandaron a ponerse su ropa de civil y le abrieron las puertas. «Vete a casa con tu hija», le dijeron.

Cuando le entrevisté en su casa, todavía pude ver el miedo, la desconfianza a la suerte en sus ojos exhaustos.

Pero lo que más me impactó fue Esperanza, a sus cinco años, llena de vida, fuera de peligro serio. Papá había vuelto y todo era posible, hasta sanar y escapar por los pelos de la muerte.

Todos celebramos. Un hermano y su familia habían salido victoriosos de la lucha del inmigrante y para ellos sí había sueño americano.

Un año y medio después, recibí el llamado de su esposa, Aracely.

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La suerte había cambiado en los dados de la burocracia y Augusto estaba de nuevo encerrado. Prisionero a pesar de hacer todo bien. Quizá por hacer todo bien… Se había presentado a su audiencia de rutina en la Corte de Inmigración y lo encerraron de nuevo.

No faltó a la ley, no se metió en problemas, no causó daños. Simplemente entró en la máquina de desesperanza y odio de la política migratoria de este Gobierno.

Dios no es el único que decide sobre la vida de los demás, parece…

Crónica necesitamos otro milagro

Esperanza ya no estaba tan feliz. Aracely temía que ver desaparecer a su papá afectara su salud. La familia estaba rota de nuevo. Burocracia, leyes que van y vienen. Endurecimientos políticos en pos del voto. ¿Dónde están las leyes que se supone debieran estar por encima?

Me gustaría que el Gobierno hubiera mirado los ojos de Esperanza. Solo eso. Que hubiera escuchado  su respiración costosa. Que les hubieran devuelto a estos hermanos la fe en la vida y el sueño que tanto se pregona. Pero no tuvieron un segundo milagro.

Augusto fue deportado después de tanto dolor. Su familia se fue con él… ¿Y saben una cosa? Este país se perdió buena gente.

Este es un país grande, lleno de todo para todos. ¿Por qué torturar el sueño de algunos así? Necesitamos otro milagro, el milagro de la compasión.

Augusto, Aracely y Esperanza, dónde quiera que se encuentren deseo que finalmente hayan podido encontrar esa paz que acá en Atlanta, Georgia, las autoridades les negaron solo por un pequeño error.

Un altercado con un vecino racista les amargó la vida, pero ánimos. No es el fin del mundo. Que esos meses tras las rejas, en los hospitales y cortes peleando contra Goliat, los hayan hecho más fuertes, porque sin duda alguna sus hijos un día van a crecer y cuando pasen momentos duros, ustedes podrán ser ejemplo de perseverancia y constancia. Que Dios me los guarde.

Muchas gracias a ustedes por haberse tomado el tiempo de leer esta crónica que me salió como todo, desde el fondo de mi corazón. Hasta la próxima.

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